sábado, 29 de mayo de 2010

Violin

Abrió la puerta de la habitación y cogió su violín. Tal y como ponía en la nota. A continuación, se sentó en la cama y esperó acontecimientos.
Aún sentía el dulce sabor del chocolate en los labios.
Hacía un rato que había llegado a casa. Sin saber por qué, sus padres no estaban. Tampoco su hermano. La habían dejado sola esa tarde. Pero lo más extraño de todo fue que sobre la mesa del salón había aparecido un plato lleno de fruta, perfectamente cortada, cubierta con un exquisito chocolate. Todavía estaba caliente. Un papelito sobre la mesa escrito con rotulador de tinta azul la invitaba a que degustase tan extraordinario manjar. Ella obedeció. Comió, trocito a trocito, cada una de las frutas embadurnadas de cacao y azúcar, presa de una extraña sensación que la iba envolviendo. El calor poco a poco fue apoderándose de todo su cuerpo. Tanto que tuvo que quitarse el jersey. Había oído que la fruta con chocolate era el mejor de los afrodisíacos. Ahora lo estaba comprobando en su propia piel.
Una vez que concluyó la merienda, exhausta, se dirigió al cuarto de baño a lavarse las manos y la boca. Sentía que algo se apoderaba de ella. Calor, mucho calor. Pero antes de abrir el grifo del agua fría para refrescarse, observó un folio recortado y quemado por las cuatro esquinas, pegado en uno de los laterales del espejo. Sonrió. Una nueva sorpresa.



De nuevo la tinta azul. Otro mensaje. Debía entrar en su dormitorio, coger su violín y sentarse en la cama. No decía nada más.
Y así lo hizo. Movida por una extraña fuerza que la seducía. Se sentía atrapada, pero segura.
Fueron instantes en los que recordó lo que había pasado ayer en el instituto. Cuando en su clase entró un mensajero cargado con doce rosas rojas para ella. Nadie le había regalado nunca flores. Pasó vergüenza ante los vítores de todos, pero enseguida se sintió la chica más afortunada del mundo. ¿Qué sucedería ahora?
El sonido de su móvil la sobresaltó. No esperaba que la llamasen. Menos desde un número oculto. Dudó en responder pero finalmente lo hizo.

- ¿Si?
- Toca el violín. Hazlo para mí.

Reconoció su voz. Cómo no la iba a reconocer si llevaban más de tres meses hablando cada día. Horas y horas de risas, bromas, besos, sueños e ilusiones compartidas.
Pero la voz no dijo nada más.
No hacía falta. Confiaba en él. Más de lo que nunca había confiado en nadie.
Se echó el violín al hombro, ajustó las clavijas y colocó sutilmente el arco sobre las cuerdas. No sabía que tocar, pero rápidamente improvisó una pieza de Chaikovski. Magnetizada, se entregó a la música, pero cuanto más lo hacía más pensaba en él.
De repente, la puerta de su habitación se abrió. Y lo vio. Asombrada se detuvo boquiabierta mientras un escalofrío recorría su interior.

- Shhhh. No pares. Sigue tocando.

Nerviosa, le hizo caso. No se lo podía creer. Estaba allí, con ella. Donde tantas veces se habían imaginado juntos.
Él, caminó despacio hasta la cama y se situó detrás. Cerca, muy cerca.
La música continuaba invadiendo el dormitorio.
Él le apartó dulcemente el pelo que ocultaba su cuello y lo besó. Tiernamente. Ella sufrió un nuevo escalofrío y liberó un pequeño gemido.
Entonces el chico la abrazó por la cintura, subiéndole ligeramente la camiseta. La chica notó como sus dedos rozaban su abdomen. Jadeó temblorosa, pero no dejó de tocar el violín tal y como le había pedido.
Él percibió su excitación y sugerente, recorrió con sus manos su vientre y con sus labios buscó afanosamente los suyos. Juguetón, travieso, hasta que por fin, se unieron en un beso dulce y cálido. Con sabor a chocolate.
Lentamente se despegaron. Él acercó su boca a su oído y un último susurro fue el preludio de una apasionada tarde de amor, pasión y frenesí.

- Feliz día de San Valentín. Te quiero.

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