Tú eres ella. Había pensado mucho en ti y ni siquiera te había conocido. Ni tenías rostro, ni jamás imaginé que yo mereciera a alguien como tú. Pero el destino es así de caprichoso. Nos une a su antojo. Y entonces va y decide que un día cualquiera nos crucemos. ¿Casualidad? Puede ser. Pero lo cierto es que enseguida conectamos.
Es curioso esto de vivir. Con todas las personas que hay en el planeta y aparece de la nada mi alma gemela. Y además, me enamoro de ella y soy correspondido. Qué más puedo pedir.
Cada vez que escribo tú eres la nota inspiradora. Esa musa de la que tanto hablo. Sin ti, ya no habría palabras. Sería imposible trazar dos frases seguidas con sentido. Te has convertido en la melodía de mis canciones. La música tiene tu nombre escrito.
¿Te das cuenta? Tú sola has cambiado el mundo. Al menos, el mío. Porque mi mundo eres tú.

Y aunque no me veas nervioso en estas letras, lo estoy. Nunca dejo de estarlo. Es un cosquilleo permanente. No sólo eso. Me gustaría que pusieras tu mano en mi pecho y comprobaras lo rápido que late mi corazón. Y es por ti. Solamente, por ti. Y sonrío. Y me sonrojo. Y cuando te escucho decir que me quieres me inunda tal felicidad que me entran ganas de llorar. Como aquel día. ¿Lo recuerdas? Era la primera vez en mi vida que lloraba de alegría. Derramamos lágrimas juntos, como dos críos. Y nos reíamos mientras sorbíamos por la nariz.
Lo mejor de todo, es que esto acaba de empezar. Sólo es el principio del camino. Y no te dejaré sola, sino que andaremos juntos. De la mano. O abrazados. Y cuando te mire a los ojos te repetiré una y otra vez que eres mía. Y que soy tuyo. Y que aunque sólo se viva una vez, como tú siempre dices, mi vida sólo es una excusa para amarte.
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